domingo, 16 de agosto de 2009

Heridas




Tan solo 15 años marcaba el reloj de su vida y sin embargo ya conocía bien la definición de desamor. Decía que tener el corazón lastimado era como si siendo pájaro te hirieran un ala y ya no pudieras volar. Si imaginar, si soñar despierto, pero no más emprender vuelo. Eso era de los valientes, de los atrevidos.
Ella había sufrido su primer desengaño y ya con eso, sostenía, le alcanzaba por el resto de sus días, fueran muchos o no tantos, no permitiría que nadie volviera a herirla.
Pasaron los años, tantos, varios. Creyó olvidar su promesa, pensó que vivía, pero su corazón había tomado en serio sus palabras de aquellos días de niña y como por su cuenta, parecía atravesar una historia distinta, no se atrevería a latir emocionado de nuevo, al menos no en esta vida.
Un día cualquiera, potencialmente distinto pero tan igual a los demás, un ruido áspero anuncio un sobre deslizándose debajo de su puerta y dentro una carta encabezada con su nombre la encontró asombrada. Su cara pálida de susto ante tanta maravilla solo podía apuntar a ese papel, el cual decía:

Julieta:

si logre que estés leyendo estas palabras es que el esfuerzo de 15 años de buscarte finalmente dio resultado.
Hace ese tiempo que no te encuentro y ese mismo tiempo que te debo una explicación.
Era enero y llovía, habíamos acordado encontrarnos en la plaza de siempre. De pronto, camino hacia vos, sentí tan pero tan rápido y fuerte latir mi corazón que el susto me atrapo entero y solo pude salir corriendo pero en dirección contraria a donde me esperabas. Tanto amor me dio miedo, no me creí capaz, no tuve el valor y huí. Me prometí ya jamás permitirle tomar las riendas, su impaciente latir me hacía sentir al borde de la vida y empecé tener terror a los precipicios, a sentir vértigo, amar significaba dejarse caer, no estaba dispuesto a arriesgarme y el amor es para los atrevidos.
Te pido disculpas finalmente. Imagino que ya ni debes pensar en mí y tu vida feliz seguramente será. Pero como te conté, yo nunca más volví a amar. Mi corazón escucho mis palabras amenazantes y jamás volvió a obrar por si mismo, ni yo le permití rebelarse. No era justo atar tu corazón al mío, solo lo hubiera llenado de miedos y oscuridad y el tuyo merecía luz, como la que tenías cuando sonreías.
El arrepentimiento de haber huido, todos los días me recuerda que nada se lamenta tanto como lo que no fue y pudo haber sido.
Te recuerda siempre.
Esteban."

Cerró el sobre, donde las palabras quedaron un poco desdibujadas por el pequeño mar que provocaron sus lágrimas humedecidas.
Lloro días y noches. Lloro 15 años en una semana. Lloro hasta sentirse el más solitario de los desiertos. Y cuando al fin paro, sintió por primera vez que su corazón empezaba a latir con fuerza, saliendo de su letargo como si todo en ella bailara de nuevo, al compás de cada tic-tac, anunciando un nuevo comienzo.
Había tardado años en cerrar esa herida y ahora gracias a unas disculpas y una explicación que tarde pero segura había llegado a su puerta, al fin volvía a vivir pero ahora logrando escuchar de nuevo a su corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario