domingo, 17 de mayo de 2009

Imágenes en la retina




Cara de viento en la cara, repetía gritando, mientras me reía ilusionada con que tus ojos pudieran tomar fotos imaginarias de un momento que sería eterno en ambas memorias.
Nunca olvidaríamos ese día.
Fue así que nos conocimos, solos en un viaje espontáneo, al cual ninguno había llevado cámara, por que ambos sosteníamos coincidiendo en nuestras creencias, que era mejor estar obligados a guardar las imágenes en la retina, que esa era la única manera de hacer eterna la aventura y así, al parecer lo fue, desde que por esas cosas del destino nos cruzamos.
Distraída como siempre, no miré adelante, vos caminabas de costado y debo decir, no fue un cruce sino un choque, algo se descolocó por dentro o así fue que sentí el encuentro, no fue gradual ni disimulado, más bien sorpresivo, poco esperado, pero las cosas más allá de los planes, ocurren y ahí estábamos, frente a frente peleando, porque te grité cuando sentí el golpe, y aunque enojada, así y todo, supe en ese instante que ya te amaba, que lo venía haciendo desde que abrí los ojos a este misterioso mundo, que siempre había estado buscándote, aunque otras cosas vivía al parecer, de alguna manera, todo me estaba llevando a vos. Supe en ese instante, que ya no querría irme de ahí, donde estuvieras, juntos quería permanecer, inmóvil o en pleno movimiento, pero con pasos acompasados aprendiendo a sincronizarlos, para no permitir nunca al caprichoso destino que osara en separarnos, sabía de ser así, no podría soportarlo.
Pero como en todo horizonte, la línea negra que anuncia tormenta fue creciendo y un día la amenaza se volvió certeza y en pocas palabras dijiste que ya no era igual, ya no sentías eso que te había hecho amarme tan pronto, que de esa manera no podías seguir y tu camino se volvió así, opuesto al mío, te vi mientras te alejabas y no supe siquiera llorar ni evitar el escape, no tuve armas para hacerte ver que solo era tu miedo a vivir, a crecer, lo que te alejaba de mi, y a pesar de todo lo que indicaba lo contrario sabía que no podía ser real dicha crueldad.
Y así pasaron los días repitiendo en mi mente las palabras, las más lindas que había escuchado, cuando me dijiste perdón en aquel choque ese milagroso día y las más tristes de todas, cuando cerrando la puerta tu adiós fue más doloroso y frío que el ruido de la húmeda madera, que parecía no querer cerrarse solo para darme alguna esperanza de que volverías.
Los momentos, todos, pasaron repitiendo una y otra vez como diapositivas cada uno de nuestros encuentros, los más felices, lo más terribles.Ya no era yo, ya no reía, no me fue posible volver a hacerlo, casi como un castigo a la suerte, le negué a la vida mi sonrisa, no hasta que volvieras, no hasta que algún dios empecinado, pudiera hacerte entender que era ahí donde yo me encontraba esperándote, era a donde pertenecías.
Y pasaron los minutos, sumida en la peor de las tristezas que suele dar la incertidumbre, esas que te cierran el lugar por donde pasa el aire, ese que nos permite vivir, ese que nos hace finamente mágicos y yo ahí, ahogada, secuestrada por el dolor y el miedo, sabiendo que si no te veía entrar una vez más por esa puerta, que no parecía tener intenciones de volver a abrirse jamás, ya nunca podría ser la misma, ya no volvería a reír, era una mujer de palabra y mi promesa sería cumplida en ese caso, de todas maneras, que podía importar mi sonrisa, si mi corazón ya no latía?
Y pasaron días, meses, que parecieron años, siglos y uno de ellos, sumida en mi ya acostumbrada agonía pude escuchar un sonido que creía olvidado, eran tus llaves que abrían, supe que así era porque nada sonaba ordinario cuando se trataba de vos, todo era nuevo, todo era diferente cada vez y sin embargo, más reconocible que la propia mirada ante el espejo.
Ahí estabas, parado frente a mi, incapaz de decir palabra, solo esa expresión que parecía pedir perdón, explicar que no había podido actuar de otra manera, que habías sido secuestrado por tus miedos que parecieron convencerte de tu incapacidad de amar y te obligaron a escapar, pero que ahora ya no podías seguir así, alejado de mi, de nuestra vida, de dos sonrisas que combinadas lograban la mejor y más luminosa de todas las posibles.
No hubo lugar para el orgullo, el dolor no era más grande que el extrañar, no hubo golpe que pudiera darte de enojo, que superara a las ganas de recibir y dar el más fuerte de los abrazos y las lágrimas hicieron de nuestro beso el más salado de ellos, parecimos el mar, uno que después de la peor de sus tormentas, ya por fin volvía a su orilla, sabiendo que para encontrar, conocer y valorar la paz, había tenido que atravesar la peor de las tempestades y así y todo, había sobrevivido a ella, sabiendo que ya nunca podría volver a abandonar la playa de sus sueños.

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