miércoles, 3 de junio de 2009

Sin caparazón


A veces me siento como un caracol sin caparazón, susceptible hasta del mismo aire.
Mis ansias de amarte vienen acompañadas del peor de los temores que provoca abrirse a lo incierto, pero con la certeza al mismo tiempo de que no existe posibilidad alguna de ser feliz sin tomar riesgos y ser en igual modo, en el peor de los casos, herido en el intento.
Y cuanto más lo pienso, más me resguardo dentro de mi frágil protección, aunque se que es débil mi pobre caparazón.
En esos momentos, mis movimientos se tornan lentos aunque apurarme intente, un ritmo apaciguado mueve mi andar, siendo guiado por algo más majestuoso y sutil como la vida y sus tiempos naturales.
Cuando me siento así acudo a la naturaleza que todo lo enseña, el verde de las plantas me habla de mantener siempre viva la esperanza y el amarillo del sol de no dejar nunca de sonreír fuera lo que fuera que suceda.
Siempre que esta sensación me atrapa, intento mantener alerta mis antenas y entender que mensajes estoy recibiendo de mis vivencias.
Advertirme como un caracol sin caparazón, concluyo en mis pensamientos, me hace más humana todavía y en ser conciente de la posibilidad de ser de mis ilusiones arrojada al más oscuro vacío, consiste la búsqueda del más importante fin, el logro de amar.

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